
Opinión: ¿Por qué estamos buscando casa fuera de la Tierra?
Se puede leer la Historia del ser humano como un viaje infinito con un único destino: descubrir quiénes somos. En nuestro salto al espacio, hemos intentado responder a esta cuestión preguntando a nuestro hermano mayor (y rojo), consiguiendo desde hace algo más de cincuenta años alguna que otra respuesta, sembrando la necesidad de resolver más y más incógnitas. En este camino, iniciado en 1.965 con pasos imprecisos y hostiles, el estudio de Marte ha hecho surgir un ambicioso abanico de posibilidades para conocer más sobre el origen de la vida. En Julio de 2018, la noticia del descubrimiento de un lago de agua salada en el polo sur del planeta saltó a los titulares. Este hallazgo significaría una posibilidad ligeramente más realista para encontrar vida en el gigante rojo al tratarse de agua en estado líquido, debido a la conjunción de diferentes factores.
La búsqueda de vida extraterrestre es una de las fórmulas más potentes para intentar saciar nuestra curiosidad por el universo. La imaginación es el puente entre los hechos y el mundo de las posibilidades y, ante la infinidad de diferentes panoramas que se pueden plantear, podemos mirar al cielo y decir con total seguridad que está cubierto por una bóveda de mundos muy diferentes. Europa, una luna de Júpiter, podría albergar agua y por lo tanto vida. Proxima B rota en torno a una enana roja, mientras que Kepler-452b lo hace con un primo de nuestro Sol. Y alrededor de Trappist-1 orbitan siete planetas con características similares a la Tierra. Porque sí, dentro de las posibilidades cabía encontrar planetas con potencial para ser aptos para albergar vida, incluida la humana, al encontrarse dentro de la llamada zona de habitabilidad
de un sistema solar.
La posibilidad de que no estemos solos en el universo va intrínsecamente de la mano con la de poder visitar a nuestros vecinos para observar cómo de bonita tienen su casa y si nos gusta más que la nuestra. En este terreno abonado para la ciencia ficción, en el que las distancias descritas en las noticias cobran otra importancia y la posibilidad de aprovechar recovecos espaciales como refugios está en el aire, buscar alternativas a nuestro hogar es un concurso de talentos. Hemos hablado anteriormente de la zona de habitabilidad
, una nimiedad frente a otras propuestas que han ido calando en el imaginario colectivo. Volvamos a Marte. Desde hace unos años la idea de terraformar, o transformar mediante la tecnología nuestro planeta vecino para simular las condiciones terrestres necesarias para la vida, ha ganado trascendencia en Internet e incluso ha llamado la atención de la NASA, la cual está trabajando en propuestas para comprobar su viabilidad.
¿Y qué ocurre con la protección de la Tierra? No podemos decir que no se esté realizando un esfuerzo por lograrlo, pero su naturaleza es distinta. Los proyectos para revertir los efectos nocivos del hombre en la naturaleza se suelen ver como anecdóticos, independientes y extravagantes por haber aportado una idea vanguardista, no por contribuir al progreso de la humanidad. Vivimos en una era en la que la necesidad de ser los primeros tecnológica y socioeconómicamente tiene que convivir con el deseo humano más innato, el de obtener recursos para sobrevivir. Y esto es algo que nuestro planeta no puede razonar. Mientras que la deforestación y el cambio climático históricamente se han entendido como un mal menor que hay que aceptar, la historia de la carrera espacial ha ido intrínsecamente ligada a la necesidad de progresar frente a otras naciones, no por el bien común. Cortamos árboles para volver a replantarlos en el espacio. La existencia de nuevas Tierras
en el universo descarta la idea de sentirnos especiales y encaja espeluznantemente con el trato que le damos a la Tierra.
Lejos de ser malinterpretada, esta no es una crítica a la inversión en la investigación espacial, sino al sentimiento de impunidad respecto al futuro, inherente al desarrollo del ser humano. No nos hemos preocupado de la salud de nuestro planeta hasta que no hemos visto que era necesario. Y no siempre estamos muy seguros de que esto sea cierto. Mientras hacemos de la ecología un negocio, ignoramos la totalidad de las especies existentes en la Tierra y vemos cómo los fondos para investigar dependen del gobierno de turno. Mientras Elon Musk se prepara para lanzar los viajes a Marte al mercado, cada año que pasa se descubren miles de especies que desconocíamos que convivían con nosotros y no cuentan con la misma publicidad ni renombre. Y mientras se plantean métodos de contingencia para evacuar la Tierra ante una catástrofe, lograr reunir tanta expectación para cambiar los hábitos de consumo mundiales perjudiciales para nuestro planeta puede convertirse en el gran reto moderno de los publicistas y demás profesionales de la comunicación del siglo XXI.
Defender hacia qué punto debería avanzar la sociedad no es una tarea fácil. De hecho, ninguna de las propuestas descritas en el párrafo anterior es condenable. Dentro de la historia del planeta Tierra, la humanidad ha empezado a ser consciente de que podemos comunicarnos a tiempo real con el resto del mundo desde hace metafóricamente un segundo. El siguiente punto de la conversación será aunar nuestros esfuerzos para lograr alcanzar el mejor futuro y no quedarnos sin hogar en el intento. Mientras tanto, podemos fantasear si hace millones de años, cuando el gigante rojo era en realidad azul, pudo existir la posibilidad de que en su futuro se plantearan el mismo dilema.