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Qué tienes que conocer de Kiribati antes de que desaparezca

Lo que tienes que conocer de Kiribati antes de que desaparezca

En 2016, la sociedad se escandalizaba al enterarse de que los jóvenes actuales preferían los aguacates para desayunar en vez de futuro donde sus necesidades básicas estuvieran garantizadas, al menos desde la teoría. Mientras, ajetreados economistas dedicaban sus jornadas a realizar este cálculo, muchos ignorábamos un dato realmente alarmante en un futuro liderado por la globalización y el progreso: desde 1989, la ONU considera que Kiribati será uno de los primeros países en desaparecer si no se contrarrestan los efectos del calentamiento global.

Es normal desconocer la historia de Kiribati. Hasta el año 2001 no realizó su primera misión diplomática de ultramar y, al contrario de sus vecinos más ricos y famosos, este humilde país de la Polinesia no saltó a la escena internacional por sus playas paradisíacas. De hecho, siendo el turismo su mayor fuente de subsistencia junto con la pesca, las condiciones no están jugando a su favor: es considerado uno de los países más pobres del mundo y su geografía, cuyo punto más elevado se sitúa a 81 metros de altura, experimenta una carrera contrarreloj contra el mar. Además, debido al cambio climático, fenómenos meteorológicos como huracanes o lluvias torrenciales se han vuelto más frecuentes.

Ante la inminente necesidad de remediar la situación, Anote Tong, expresidente del país, inició en 2003 a una serie de contramedidas para atajar el problema desde el punto de vista político. Dio conferencias en Europa y América para concienciar sobre la vulnerabilidad de Kiribati, presentando a las grandes potencias mundiales un futuro crudo que los kiribatianos experimentan cada día. Sin embargo, el agua cala más profundo que las palabras y, en 2012, dio comienzo a los trámites para desarrollar un plan de contingencia destinado a trasladar a la población total del país a un terreno cedido por Fiyi, previa compra. Y no se trata de una situación tan descabellada. Como narra el documental de Matthieu Rytz Anote's Ark (2018), algunas familias parecen haber aceptado el desalentador futuro de su hogar y están decididos a mudarse a lugares cercanos, como Nueva Zelanda.

Este documental pone también en la mesa la cuestión del desarraigo y la pérdida de identidad cultural, un tema que más de uno no dudaría en considerar exclusivo de la ficción. De hecho, resulta difícil imaginar un escenario en el que la Estatua de la Libertad o la Torre Eiffel estén sumergidas bajo el agua sin esbozar en la mente cómo sería el cartel de la película o pensar en el primer ministro británico o el presidente sueco viajando a países más ricos pidiendo ayuda para evitar que su país desaparezca y no empezar a preguntarme por la elección del actor o actriz. Sin embargo, en el caso de Kiribati, este es su presente y, teniendo en cuenta que todos vivimos en el mismo planeta y es cuestión de tiempo que sintamos las consecuencias de nuestras acciones, ¿cómo estamos afrontando exactamente el problema del cambio climático?

La situación es dispar. A nivel internacional, la lucha contra el cambio climático se articula en torno al Protocolo de Kioto y el Acuerdo de París, amparados por la Convención Marco de las Naciones Unidas contra el Cambio Climático (CCMNCC), siendo este el primer paso dado en 1992 hacia una solución. Dado que las normas medioambientales de mediados de los años noventa no resultaban lo suficientemente eficaces, el objetivo del Protocolo de Kioto se centró en su endurecimiento a través de objetivos jurídicamente vinculantes para los países adscritos. Desde 2013 hasta 2020 se estará ejecutando su segundo periodo, a partir de la ratificación de la enmienda de Doha. El Acuerdo de París entró en vigor en 2016 y plantea limitar el calentamiento global muy por debajo de 2°C. Ambos acuerdos pretenden aminorar las consecuencias del aumento de emisiones, pero a pesar de ser una vía hacía un futuro más favorable, su puesta en práctica está encontrando ciertas dificultades. Canadá rompió su compromiso antes de finalizar el primer periodo del Protocolo y Japón, Rusia y Nueva Zelanda no participarán en el segundo. Estados Unidos directamente no se adscribió. Con esto, se prevé que sólo el 14% de las emisiones totales queden cubiertas.

Por otra parte, el creciente protagonismo de figuras públicas como Donald Trump, lejos de ser expertas en la materia, contribuyen a la desinformación y la validación de información no contrastada o directamente falsa. Así, mientras que la tundra antártica vive uno de sus momentos más críticos al experimentar cambios radicales debido al calentamiento global, en las Navidades de 2017 el presidente comentó en Twitter que el cambio climático era una farsa debido a que Estados Unidos estaba experimentando uno de sus inviernos más fríos y su participación en el Acuerdo de París parece responder a su preferencia personal hacia Emmanuel Macron y no a intereses políticos. Así es como descubrimos lo lejos que está para nosotros Kiribati.

En un contexto mundial en el que estar conectados es la máxima aspiración, parece que no nos estamos entendiendo respecto al cambio climático. Frente a la urgente necesidad en Kiribati, es casi como si hubiéramos idealizado el problema, negando su gravedad e inmediatez e incluso atreviéndonos a negociar con él. Quizás, si nos replanteamos nuestras prioridades, algún día podamos celebrar el Año Nuevo en Kiribati: el primer país del mundo en presenciar la llegada de un nuevo año desde el 1 de enero de 2000 haya aguacates para desayunar o no.