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Cuando el mundo colaboró contra una amenaza medioambiental global

Cuando el mundo colaboró contra una amenaza medioambiental global

Por primera vez en la historia de la humanidad, en la primavera austral del 2017 el planeta Tierra y sus habitantes respiraron con tranquilidad al conocer un acontecimiento histórico para la salud de su hogar. Según datos de la NASA y de la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (NOAA, por sus siglas en inglés), el agujero de la capa de ozono registró su diámetro mínimo desde hacía 30 años, justo cuando su cuestionable estado conmocionó al planeta. A pesar de ocurrir debido a un fenómeno natural relacionado con la mayor calidez de ese invierno, y por lo tanto ser un acontecimiento excepcional que implica asumir una visión más realista de la recuperación la capa de ozono, es un hecho que no habría sido posible lograr ese mínimo histórico de no ser por la cooperación internacional ante la primera amenaza medioambiental global provocada por el hombre. Un suceso que sienta un precedente frente a una humanidad más concienciada con el calentamiento global.

A partir de mediados del siglo XX, junto con el progreso industrial y económico, los clorofluorocarbonos (CFC) comenzaron a ganar una popularidad invisible. Cada hogar que compraba una nevera, un aire acondicionado o utilizaba cualquier aerosol también adquiría una cantidad proporcional de estos gases. A más neveras, más de estos gases. Y cuanto más aumentase su proporción en la atmósfera, menos ozono quedaría en ella. Mientras la sociedad aún ignoraba el impacto de los combustibles fósiles y los automóviles y ponía al planeta inconscientemente contra la espada y la pared por otros motivos, la comunidad científica trabajó para demostrar la verdadera naturaleza de los CFC. En 1985, con el respaldo de los estudios realizados la década anterior por Crutzen, Molina y Sherwood Rowland, estos pasaron de considerarse gases químicamente inertes o inofensivos para la composición de la estratosfera, a ser los causantes del mayor debilitamiento de la capa de ozono. Y lejos de escuchar las declaraciones del Donald Trump de la época afirmando que en su patio trasero hay mucho ozono o que nadie en su vecindario ha sufrido ninguna de las terribles enfermedades que implican prescindir de este escudo protector, entre ellas cataratas y cáncer de piel, en 1987 la comunidad internacional creó el protocolo de Montreal, el cual establecía la prohibición progresiva de los CFC en todo el mundo, siendo modificado en el futuro para incluir otras sustancias nocivas.

Con esta victoria, la salud de la capa de ozono estaría asegurada. Dada la larga persistencia de los CFC en la estratosfera, su recuperación se logrará en la segunda mitad de este siglo, dependiendo de la fuente consultada, alcanzando valores similares a los de la década de los ochenta en torno al año 2070. No queda más remedio que ser pacientes. A pesar de todo, sigue siendo una solución tangible creada a tiempo, además de la evidencia del éxito de la objetividad científica ante los intereses privados.

Sin embargo, aunque pareciera que todo el trabajo está hecho, no podemos ignorar las consecuencias que dicho agujero sigue provocando en nuestro presente. Al igual que el calentamiento global, implica un problema de salud pública, incrementando la aparición de enfermedades de la piel y oculares y suponiendo otra dificultad más para las sociedades más empobrecidas del planeta. Además, también acarrea problemas para la fauna y flora mundial, pudiendo afectar a sus procesos naturales, incapaces de adaptarse a este cambio artificial. Por su parte, la ciencia sigue comprobando su progreso. Un estudio publicado en 2018 por la revista científica ACP señala que mientras el agujero de la capa de ozono se está cerrando y la capa superior de la estratosfera adquiere grosor, las capas intermedias están menguando, centrando la atención en la fortaleza de la capa de ozono de nuevo. Mientras tanto, un estudio de la NOAA demuestra que en los últimos seis años se ha producido una ralentización del 50% del descenso de las emisiones. En ambos casos, se considera la posibilidad de que esté causado por algún agente químico no regulado u otra acción humana, poniendo al cambio climático debajo del microscopio.

En cualquier caso, haber podido solucionar esta situación sigue siendo un tema a tener presente. Es la demostración de que, aunque el problema sea difícil de afrontar y sea contrario a los intereses de parte de la población, la salvaguarda del planeta y la humanidad y el sentido común prevalecen. Aunque el agujero esté menguando, tenemos que aprender de nuestra responsabilidad respecto a las emisiones y el trato que le damos a la atmósfera, gracias a la cual paradójicamente podemos plantearnos nuestra supervivencia. Ahora más que nunca, cuando el problema del cambio climático es un tema de interés global y con el que el agujero de la capa de ozono guarda más similitudes de las aparentes, aunque científicamente no se tenga la certeza de que estén directamente relacionados.