
El turismo mediterráneo: una responsabilidad ignorada
El Mediterráneo es una casualidad medioambiental irrepetible. Según la Agencia Europea de Medio Ambiente (AEMA), su flora y fauna aúnan entorno al 9% del total mundial, por lo que sabemos también del universal. El ser humano ha sido consciente de esto desde sus inicios, anteponiendo su futuro frente al del resto de especies que dan vida a su hogar. En nuestra actualidad, inmediata y masificada, con nuestras costumbres y prioridades, el turismo mediterráneo es un ejemplo significativo sobre cómo nuestro estilo de vida, especialmente en las fechas estivales, pone en peligro la biodiversidad local. Un problema cercano y a menudo ignorado.
Un gesto como agujerear la arena para colocar la sombrilla tiene muchas connotaciones. Eres el aguijonazo un millón en esa playa tan popular debido a la construcción de paseos marítimos y puertos que quitan el aliento. Y, para poder disfrutar de ella plenamente, has sido el cliente número cinco millones en un hotel situado unos metros más atrás. Para permitírtelo has tenido que trabajar, moverte en coche una y otra vez, comer, consultado ofertas, etc. Seguramente has planificado tus vacaciones sin ser consciente de que, según WWF, un aumento de la temperatura menor a 2ºC supone una situación de riesgo para más de un tercio de las especies animales y vegetales mediterráneas, aquellas que ya encuentran dificultades para establecerse debido a que la construcción de infraestructuras destinadas al turismo costero degrada los sistemas dunares y reduce los parajes naturales litorales. Realmente las vacaciones son para relajarse. Nadie ha inventado la rueda en julio, sobre todo cuando está inventada desde hace más de medio siglo. El turismo mediterráneo se ha sumido desde entonces en una carrera por el liderazgo, para ocupar una posición que para países como España supone una auténtica inversión que asegura las ganancias de más de una décima parte de su PIB.
Como en la película Tiburón, el verdadero peligro reside debajo de la superficie, pero no se trata de un escualo asesino. De hecho, el peligro está en quedarse sin el pez grande, o el pequeño. O ninguno. La AEMA nos advierte de que debido a su dimensión relativamente reducida y a su riqueza biológica única, el ecosistema mediterráneo marino es especialmente vulnerable a la actividad humana. Nuestra influencia en la cadena trófica abarca desde la alteración de la cantidad de oxígeno que permite que el agua marina se regenere, debido al vertido de más de 60.000 toneladas de residuos químicos, hasta la sobreexplotación de especies concretas, como el pez espada o la anchoa, y la destrucción de especies fundamentales para asentar los cimientos de determinados hábitats, como la posidonia oceanica, debido a técnicas pesqueras agresivas y una demanda que aumenta exponencialmente en épocas estivales festivas. También se están viendo afectados los hábitats de especies consideradas en peligro de extinción, entre los que se encuentran la foca monje, el coral rojo, las aves acuáticas coloniales o las tortugas marinas, según señala la AEMA. En particular, las especies de tortugas marinas laúd, verde y boba se verían especialmente afectadas por el calentamiento global: la temperatura condiciona el sexo de las nuevas crías y el aumento del nivel del mar puede destruir los nidos. Respecto a los humedales, estos también se verían afectados por el cambio climático.
Las consecuencias del turismo en el ecosistema mediterráneo se pueden observar desde diferentes perspectivas. En una época en la que solemos desperdiciar más, y debido a la importancia socioeconómica del turismo nacional e internacional, no se suele tener en cuenta la cantidad de agua requerida en hoteles, restaurantes, casas rurales, piscinas o mantenimiento de zonas verdes. Por su parte, según la AEMA a lo largo del litoral mediterráneo podemos encontrar 1.500 kilómetros de costas artificiales, de los cuales solo el 50% se considera estable en términos de erosión. Respecto al turismo y la contaminación, el 90% de las aguas residuales de los países rivereños desembocan en el mar mediterráneo. Además, un 27% de los desechos recogidos en 16 áreas costeras europeas protegidas provienen de la actividad turística.
Este panorama puede parecer desolador, pero se encuentra en un momento óptimo para el cambio. Como se ha comentado anteriormente, el turismo en un sector de gran influencia en la economía mediterránea y, debido a la creciente preocupación medioambiental de la década de los 90, está marcado en su historia más reciente por la necesidad de ayudarse colectivamente. En la actualidad, cuando este patrón de comportamiento parece estar repitiéndose de nuevo con la acuciante necesidad de aplacar el cambio climático, la sociedad mediterránea tiene la oportunidad de aunar esfuerzos para crear un modelo basado en la defensa de la biodiversidad no como recurso económico, sino como patrimonio único. Así, el verano será la oportunidad de valorar lo que realmente nos hace felices.